Aquí respiro sin ti, pero respiro.



Te escribo para decirte que no voy a volver, aquí me encuentro bien y no debes preocuparte. Mi vida aquí es tranquila y mi autoestima y ganas de vivir se hinchan cada mañana al igual que mis pulmones lo hacen al respirar este aire puro que nos regalan los árboles. Me levanto cada mañana con la sensación de haber dormido en una nube y al abrir las ventanas se abre ante mí un inmenso campo de trigo cuya superficie comienza a amarillear. Sobre él se alza una enorme montaña cortada y sobre su acantilado viven miles de especies de ave que alzando el vuelo me proporcionan el placer indescriptible de pensar que aún existe la libertad. Salimos algunas mañanas a coger patatas, aquí se cultivan toda clase de alimentos que nos evitan volver a la ciudad y al supermercado; sólo debemos andar unos metros y agacharnos a recogerlos. Da la impresión de estar extrayendo lingotes de oro, pues se aferran a la tierra que los vio nacer de igual modo que yo lo hago. Aquí están mis raíces. Sobre la gran montaña que te decía (aquí le decimos torre) se alza un robusto y firme muro que lleva construido miles de años y que a esta divide en dos. Decenas de agujeros lo atraviesan: puedes pasar de un lado al otro de la montaña en cuestión de segundos a través de estos inmensos boquetes del tamaño de una persona. El cometido de este gran muro, aún hoy, no está nada claro. La gente aquí dice que se construyó con ánimo de separar el ganado antiguamente. Yo prefiero creer que es un ancestral muro que sirvió como defensa para una guerra, una guerra no menos sangrienta que todas las demás. Separó grandes ideologías y presenció grandes batallas que se lidiaron por amor a estas tierras. Imagino, al mirarla durante horas a través de la ventana, cómo corrían los soldados árabes de un lado a otro e introducían sus fusiles por aquellos agujeros por los que corrió la sangre que aún hoy lo hace por nuestras venas. Ahora lo único que corre por ellos es el aire que transporta un tranquilo y fiel aroma a tomillo y romero que nos hace suspirar día a día.

Vine aquí alejándome de la ciudad y así poder estudiar más tranquila. Pues bien, he de decirte que ya no me interesa, lo siento, sólo quiero vivir con mi vida. Me cansé de memorizar manuales que me ayudasen a encauzarla por las desconfiadas rutas sumergidas en el oscuro humo de cientos de miles de fábricas e industrias que alguien inventó con el fin de seguir un sistema de egoísmo, consumismo y desprecio hacia lo verdaderamente humano y natural. En mis apuntes la palabra “consumidor” se repetía demasiadas veces una página tras otra. Sí, lo soy, cuando me di cuenta me entristeció mucho, me entristeció darme cuenta de que soy una de esas personas que llegadas a los dieciocho años ya había estado sentada delante de la televisión, durante su corta vida, una media de más de cuatro horas al día, y me asustó cuando hice la cuenta y las multipliqué por mis años. Ya ni hablar de la increíble capacidad que mi cerebro había desarrollado para almacenar miles de logotipos de productos absurdos. Aquí, en cambio, no hay televisión, me escondo del número exacto de la gente que muere al día, aquí me escondo de tu mundo contradictorio en el que los asesinos hablan de inocencia, los políticos de justicia, los hombres asesinan a las mujeres y las mujeres a sus hijos, matar es una fiesta y morir es honrar, lo natural se vuelve artificial. Aquí mi cerebro se desintetiza y desintoxica poco a poco de la política y la economía definidas en el consumismo, en el interés de la empresas, que al fin y al cabo son las que mandan en ese mundo...si no haces algo ya, acabarás tú también explotando indirectamente los recursos naturales de la tierra para poder llevarte la compra a casa en una bolsa de plástico, acabarás siendo una de esas personas que consideró la tierra un bien que podía comprarse o venderse, acabarás tu también manifestando la baja estima que tienes al suelo sobre el que pisas. Llegarás a morir sin haberte conocido a ti mismo, dominarás el arte de amargarte la vida y amarillearás de viejo prematuramente con el humo mientras ves pasar tu vida por el filtro de tu cigarro. Si un día tuvieras el valor de vivir la vida que realmente te gusta y decidieras, en vez de alejarte solitario por los pasillos de los hipermercados, acercarte a nuestras raíces, a recordar por quien estamos aquí y agradecérselo día a día, a amar a la tierra por la que vives y respiras. Si todo eso ocurriera, aquí te haría un hueco, a mi lado, y podrías recuperarte y serias feliz, y valorarías tu vida, y la mía, y la de tus hijos, y la de tus nietos y biznietos. Si algún día ocurriera, tú también podrías atravesar los agujeros de este muro junto a mí y respirar este aire único, podrías entonces amarte y amarme a mi realmente, podrías llegar a amar a aquellos que pisaron esta montaña antes que tú y a los que después la pisarán gracias a ti. Yo me quedo, no volveré nunca, pues aquí ya encontré mi sitio y no creo que esté en otro lado que en estas abruptas montañas, sólo me faltas tú y tu esencia, de tu mano dejo lo demás junto a esta carta.

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