Nuevas recetas


Percibo mi cabeza cual despensa en la que guardar todos los frascos en conserva, pensamientos y recuerdos que me saborean el cerebro de acá para allá, lo recorren a diario y me hacen reaccionar en uno u otro sentido. Hace tiempo que no pruebo tu punzante y crudo sabor, creo que sólo es eso lo que echo de menos; el efecto que provocabas en mis papilas gustativas, pero siempre fuiste reemplazable por cualquier otra especia. Tu pelo y tu olor azucarado pasan por la despensa cada día con el propósito de inundar mi tabique, pero enseguida te vas para dejar paso a otro aroma procedente de otro punto de la cocina. Me visualizo cual cocinera resuelta y alígera abriendo armarios en una dirección y cerrando cajones en otra, en virtud del plato especial del día, desesperada por encontrar una nueva fórmula que satisfaga mi oscuro y profundo paladar. Todo anda diferente, recuerdo aquellos tiempos en los que día a día eras el menú especial. Me acordé a diario de añadir dos o tres terrones de azúcar en mi desayuno y mientras se hundían recordé cómo tus dedos lo hacían en mi piel y así evoqué aquellas largas tardes bajo el edredón en las que comida, merienda y cena se amontonaban. Lo cierto es que hace un tiempo cambié tu receta, ahora más que cocinar percibo nuevas esencias tras de las cuales viajo transitando y recorriendo nuevas combinaciones y quizá buscando el motivo por el que un día dejaste de relamerte. Camino extraviada por las calles, me abandono a las viejas teorías de renovarse o morir y trato de encontrar con o sin solución un aroma, cualquiera, que me haga cerrar los ojos de placer. Algunos días encuentro heterogéneos e híbridos que me satisfacen de manera cambiante en calles diferentes y me llevan por caminos incomparables, otros en cambio se vuelven irrespirables e infectos. Esta es mi manera de sobrevivir durante un tiempo, hasta que tornas a penetrar en el más profundo de mis cinco sentidos y me transportas a épocas en las que fui feliz por varios instantes, transformando mi percepción a través de la cual soy capaz de visualizar el mundo que nos rodeaba. Vuelvo a sospechar entonces que nunca conseguiré prescindir de tu cometido como aquello que me dio la vida y después decidió, como quien decide si salado o dulce, quitármela indiscriminadamente día a día. Nunca te guardé rencor, pero sí guardé tu olor en mi despensa junto a los demás.

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