Kiwi y naranja



Como kiwi y naranja, como lo mismo de siempre, mi cuerpo se compone de la misma materia mientras todo cambia, aunque todo siga igual. No sé si sigo siendo la misma. Camino por las mismas aceras, tiendo en las mismas cuerdas, subo los mismos escalones y aprieto siempre el número siete en el ascensor. Cuando entro a casa la puerta hace el ruido de siempre, las tablillas del parqué están ahí, sin moverse, con su habitual color amarillento. En este piso siempre entra la misma luz. En mi habitación nada ha cambiado, la misma cama me espera desde su esquina, con su misma colcha, sí, esa rellena de plumas que pinchan al tumbarte. Lorca y Lourdes me miran desde el mismo rincón donde los dejé la primera vez, no hay nada raro en sus miradas; ellos siempre me han mirado diferente y ya estoy acostumbrada. Mi persiana sigue rota y el yogur que me comí ayer sigue encima de la mesa. Sigo sin quitar el polvo y desde mi balcón se ven los edificios grises, aquellos que siempre anhelé que cambiaran de color, pero ya me da igual. Tampoco los pájaros de la vecina han cambiado de melodía desde que llegue aquí, no les culpo. Acostumbro a leer mientras les escucho. Miro mis manos mientras sujeto el libro y algo ha cambiado en ellas, son las mismas, sí, quizá a cambiado mi forma de miralas. Me asomo a la ventana y veo a la chica de enfrente. Hacía tiempo que no la veía. Ahora siento un cariño especial por ella, pues llegó un momento en el que también acostumbré a verla todos los días. Esta relajada y sonríe sin razón. En ella siempre he visto a la persona que algún día querría ser y la admiro. Observo cómo se mueve de acá para allá, decidida y sin presión, está relajada y se dedica simplemente a vivir y a sí misma. Debería parar de mirarla, pues siento tanto alivio al verla que me llega a asustar. Levanta la mirada y mira hacia el frente. Sus ojos se cruzan con los míos y por un momento me observa, se pregunta que hago ahí parada, el libro que sujeta en las manos cae al suelo. No puedo hacer otra cosa que agacharme. Vuelvo a mirar y sigue ahí parada, igual que antes. Ahora veo mis ojos en los suyos y es entonces cuando descubro que aquello que tenía en frente, aquello que anhelaba tanto no era otra cosa que mi propio reflejo. Recojo el libro y sigo leyendo, pero a partir de este momento las historias jamás serán como pájaros encerrados en sus jaulas...


No hay comentarios:

Publicar un comentario